- Hay dudas sobre la seguridad de la leche A1 para los bebés, y puede resultar molesta para las personas con intolerancia.
- En otros casos, los lácteos de cualquier tipo, especialmente fermentados, tienen muchas ventajas para la salud.
En los últimos tiempos se esta comercializando una leche y productos lácteos derivados bajo la denominación A2. La promesa es que esta leche evita los problemas gástricos y autoinmunes asociados al consumo de leche en algunas personas. ¿Tiene esto sentido?
La leche contiene dos tipos de proteínas: el 18% es proteína de suero, la parte que se elimina en la fabricación del queso, y con la que se fabrican los batidos de proteínas de tipo whey. El 82% del contenido de proteína de la leche corresponde a la caseína.
La caseína es en realidad una mezcla de diferentes proteínas, cada una con una composición de aminoácidos diferentes. Una de estas proteínas, la más abundante, es la beta-caseína, y las formas más comunes en la leche son dos:
- Beta-caseína A1: presente principalmente en la leche de las vacas originarias del norte de Europa, como las Holstein Friesian, Ayrshire y Shorthorn.
- Beta-caseína A2: esta proteína se encuentra en la leche de las vacas de la región del canal de la mancha y el sur de Francia, como las Guernsey, Jersey, Charolais y Limousin.
Originalmente, toda la leche contenía solo beta-caseína A2. Pero en algún momento de la historia se produjo una mutación, y aunque ahora todavía hay vacas que producen leche con caseína A2, la gran mayoría producen A1.
Dependiendo de la raza hay más o menos ejemplares con el gen para producir A2. El 90% de las vacas Guernsey producen leche A2. En el otro extremo, solo el 35% de vacas Holstein Friesian dan leche A2. El resto de las razas están alrededor del 50% de vacas A1 y vacas A2.
Así pues, la diferencia es individual entre una vaca y otra, y se puede conocer con un sencillo análisis de ADN del animal.
¿Y en España? Las tres razas mayoritarias de vacas productoras de leche son la frisona (Holstein Friesian, la típica vaca a manchas blancas y negras), con un 60% de la cabaña, la vaca parda, que se conoce en alemán como Braunvieh, originaria de los Alpes suizos, y después en menor proporción la pasiega, menorquina y la rubia gallega, aunque esta última se destina a la producción de queso.
Así pues, podemos afirmar que la mayor parte de la leche en España contiene beta-caseína A1. ¿Cuál es el problema con la leche A1?
La mayoría de los supuestos riesgos de la beta-caseína A1 provienen de un subproducto de su digestión. Cuando ingerimos A1 se descompone en beta-casomorfina-7 (BCM7). Si se inyecta directamente, la beta-casomorfina-7 tiene efectos inflamatorios en el organismo, provocando la secreción de histamina (la misma que produce los síntomas de la alergia).
La presencia de BCM7 se ha visto relacionado con enfermedades como la diabetes tipo 1, enfermedades cardiovasculares, y autismo.
Lo que no está tan claro es que la caseína de la leche A1 consiga pasar a la sangre como BCM7. En adultos por lo menos, no se han encontrado pruebas de que esto ocurra. Al contrario, los efectos en animales se dan cuando se les inyecta la BCM7, pero no cuando toman leche A1.
Según un extenso informe de la Autoridad Europea para la Seguridad Alimentaria (EFSA), hay muchas de estas relaciones que no tienen fundamento:
- No hay pruebas de que la BCM7 pase a la sangre en adultos, ya que no consigue cruzar la barrera intestinal y pasar a la sangre.
- La asociación entre leche A1 y enfermedades cardiovasculares se observó en conejos, pero no se ha visto relación causa-efecto en humanos.
- La asociación con la diabetes tipo 1 es estadística, y no se puede separar de otros factores relacionados, como por ejemplo el gluten.
Aunque no se ha encontrado BCM7 en los adultos sanos que beben leche A1, sí se ha detectado en pequeñas cantidades en bebés con apnea y riesgo de muerte súbita. Lo mismo ocurrió en un experimento con bebés que recibieron biberón de leche de vaca maternizada, que tenían más riesgo de retraso del desarrollo psicomotor que los que tomaban leche materna.
Además de los bebés, las personas que sufren inflamación crónica o enfermedades autoinmunes también tienen la barrera intestinal debilitada. ¿Es esto suficiente para que sufran riesgo por absorber BCM7 de la leche? Los estudios son contradictorios. Hay quienes toleran perfectamente la leche y quienes no.
No solo es la lactosa
La mayoría de los problemas relacionados con la leche son molestias digestivas, que normalmente se atribuyen a la intolerancia a la lactosa. La cantidad de lactosa en la leche A1 y A2 es la misma, pero no es el único factor.
En un experimento en Finlancia se estudió a 206 personas, de las cuales el 20% tuvieron problemas digestivos al tomar leche. Sin embargo, solo un 6% tenía intolerancia a la lactosa. Esto indica que además de la lactosa, la caseína es una de las posibles causas de alteraciones digestivas. En otro estudio en EEUU se comprobó lo mismo: no todo el mundo a quien le sienta mal la leche es intolerante a la lactosa.
En este sentido, se ha comprobado en varios experimentos que la leche A2 produce menos molestias a las personas que tienen intolerancia.
¿Significa esto que la caseína en sí misma es dañina ? Difícilmente. La caseína tiene propiedades anticancerígenas, así como la latoferrina, otra proteína de la leche.
Según una revisión de multitud de estudios recientes, la leche y los lácteos tienen propiedades antioxidantes y cardioprotectoras, especialmente cuando son enteros y fermentados, como el queso, kéfir y yogur. El consumo de fermentados lácteos está asociado a menos casos de cáncer de colon y vejiga. Tampoco hay ninguna asociación probada entre el consumo de leche, queso y yogur y el riesgo de enfermedades cardiovasculares.
En resumen, la leche A1 puede suponer un riesgo para los bebés y molestias gástricas a las personas con intolerancia. En otros casos los lácteos, sobre todo fermentados, son extremadamente saludables.
Fuente: El Diario - ConsumoClaro